Masajes en

San Antonio de Areco tiene perfume a campo y tradición. Casco histórico prolijo, casas bajas con rejas trabajadas, empedrados que invitan a caminar sin apuro y el río como línea calma para mate, pesca sencilla y fotos al atardecer. A cada cuadra aparece algún detalle criollo: un sulky, una puerta de madera maciza, un caballo atado frente a una pulpería.

La identidad gaucha está en primer plano. El Museo Gauchesco Ricardo Güiraldes cuenta oficios, costumbres y poesía rural con piezas que valen la visita. La Blanqueada y otras pulperías conservan barra, guitarras y sobremesas largas. En noviembre, la Fiesta de la Tradición llena el pueblo de tropillas, desfiles y pruebas de destreza que emocionan a locales y visitantes. El resto del año, las estancias abren sus portones para cabalgatas, asado lento y fogón bajo estrellas.

El paseo clásico arranca por el Puente Viejo y sigue por la ribera. De ahí al centro es un paso: plazas con sombra, galerías con artesanías, platería fina, soguería, talabartería y cuchillería que muestran manos expertas. Se puede pedalear suave entre barrios tranquilos, cruzar a ver talleres abiertos y volver por calles arboladas con olor a pan recién horneado.

La mesa arequera tiene carácter. Parrillas con achuras impecables, empanadas jugosas, locro en días frescos, guisos bien servidos y postres de receta antigua. También hay cafés de especialidad, heladerías cremosas y bodegones donde el mozo recomienda sin mirar la carta. Si el plan es de campo completo, muchas estancias suman picadas con queso, charcutería y panes tibios que llegan a la mesa sin ceremonia.

Dormir y moverse es sencillo. Posadas en casonas históricas, hoteles chicos, cabañas, campings. Todo queda cerca y la vuelta a pie rinde. La mañana pide caminata por el casco, el mediodía se presta para una sombra junto al río y la tarde suele terminar con música criolla en alguna esquina o feria de artesanos.

Con tanta caminata, cabalgata y ruta, el cuerpo acusa recibo. Cuello y trapecios por manejar varias horas, zona lumbar después de montar, piernas cargadas tras recorrer el pueblo. Un buen masaje acomoda todo y mejora el descanso para seguir disfrutando del día siguiente.

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